jueves, 15 de abril de 2010

conjuros para descubrir el valor de tener un cuarto propio

En el primer programa de la temporada 2010, compartimos fragmentos del Capítulo 2 del libro Un Cuarto Propio de Virginia Woolf.









La música es de la Banda Sonora de la película "Las Horas". Escuchamos a Loreena McKennitt en el tema central.



A propósito de Un cuarto propio, de Virginia Woolf
María Candel de Puerta
Un cuarto propio, de Virginia Woolf, se puede considerar un clásico de la literatura feminista. Ensayo enmarcado en la Inglaterra post-victoriana que empieza a recoger su mirada expansionista y a fijarla en su problemática interna. En él se expone la desigualdad social, económica y moral en que ha vivido la mujer durante siglos. A los 49 años, el discurso de la escritora en este ensayo se hace incisivo e irónico. No aparece en él la mujer educada en el convencionalismovictoriano. Virginia Woolf es una mujer de su tiempo que siente en carne propia el apartheid en el que vive. Se hace dueña de una voz que expresa sus pensamientos tamizados por la reflexión; una voz queda que sale a través de unos dientes apretados. Su cabeza está llena de preguntas que no tienen respuesta por parte del hombre. Es consciente de que durante toda su vida tendrá que asomarse a ese pozo sin fondo en el que habitan las preguntas sin respuestas. Menciona con ironía que en una tarde de octubre soleada salió dispuesta a encontrar “la verdad” entre los anaqueles del Museo Británico. Su reiterada pregunta de ¿por qué son pobres las mujeres? tropieza con toda suerte de opiniones encontradas que para nada la ayudan. Pasea su estupefacción por cientos de hojas; va de Goethe, que venera a las mujeres, a Mussolini, que las menosprecia. La “verdad” se le esconde entre las arrugadas páginas. La ira es una constante en todo el discurso de los “profesores-patriarcas” (como llama a su contraparte) cuando se refieren al tema femenino. Mientras tanto se acercan vientos de guerra, la barbarie triunfa en varios países y eso supone el fin de la civilización que ella conocía. Entre estos vientos de guerra que hablan de fuerzas y debilidades, concluye que la superioridad del hombre está apoyada en la invención por parte de éste de la inferioridad femenina. Escribe: “Hace siglos que las mujeres han servido de espejos dotados de la virtud mágica y deliciosa de reflejar la figura del hombre, dos veces agrandada”. Menciona que sólo la mujer que puede contar con una renta propia, es capaz de ser dueña de su voz. Busca a esa mujer inexistente, su voz, su mirada; aunque sea trazas de ella, y sólo encuentra la sombra que ha dejado su pasantía por la historia. En la novela y el teatro los personajes femeninos que encuentra son heroínas-hermosas-buenísimas, o pérfidas-brujas-malísimas. Son el tema con que se nutre la poesía y las grandes ausentes de la historia. La mujer que conforma la gran masa silenciosa no aparece. No hay información de sus vidas, de sus quehaceres diarios, apenas parecen deslizarse de puntillas por la historia. Toda disidencia que se torne en expresión de sentimientos agresivos está prohibida. Cualquier mujer que alzara la voz más allá del cuello de su camisa, era bruja o loca. George Eliot y George Sand se mimetizan con el espectro masculino para sobrevivir a su universo. “El mundo no pide a las personas que escriban poemas y novelas e historias; no las precisa”, afirma Virginia Woolf. En medio de ese desinterés el autor queda solo y encerrado en un nido de palabras. A la dificultad de pensar, escribir y expresar de cualquier autor ante un auditorio indiferente, se le suma el hecho de que la voz femenina deberá pactar antes con sus propios demonios. Sólo así podrá sentirse cómoda en un cuarto propio.

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